En primera persona: La Magia del Lago Budi

Pancho Saavedra en el Lago Budi

Es momento de abrir nuevamente mi bitácora para compartir con ustedes algunos pormenores de lo que fue mi segunda travesía en ese mágico territorio de la costa de la Araucanía, el famoso Lago Budi.

Como es costumbre en cada viaje, junto al equipo de Lugares que Hablan salimos de madrugada desde el aeropuerto de Santiago. Nuestro destino era Temuco, la capital de la Araucanía. Visitar esa región es siempre una experiencia alucinante. No me canso de repetirlo: cuando crees que ya lo has visto todo, Wallmapu siempre se las arregla para sorprenderte con algo nuevo.

Che Mamuil en el Lago Budi

La riqueza de su cosmovisión, sus hermosos paisajes, el estrecho vínculo de sus habitantes con la naturaleza y su sabiduría infinita de sus habitantes, hacen de éste uno de mis lugares favoritos en Chile.

Mi recorrido comenzó en Puerto Saavedra. En esta pequeña ciudad compartí a Hernán Marinao, un experimentado y talentoso tallador, quien a sus 41 años es considerado un “kimche” (sabio) por las comunidades lafkenche de la zona, gracias las vivencias y conocimientos espirituales que heredó de su familia, especialmente de su abuela, Francisca Leiculeo, una conocida yerbatera del Budi.

Don Hernán Marino en Puerto Saavedra

Hernán quería mostrarme cómo elaboraba los “ché mamuil” o tótems mapuches, las ancestrales esculturas antropomórficas de madera que, hasta antes de la llegada de los conquistadores, eran utilizadas por lafkenche en los ritos funerarios.

Por eso nuestro punto de encuentro fue la ribera sur del Río Imperial, desde donde comenzaríamos una caminata por la orilla hasta dar con el tronco que usaríamos como materia prima. Mientras avanzábamos, Hernán me explicó que esas figuras ayudaban al alma del difunto a llegar a su destino final, que era el encuentro con sus antepasados.

Che Mamuil en Construcción

No fue fácil dar con la madera para el trabajo que Hernán tenía en mente. Su plan era tallar una figura de aproximadamente dos metros de altura y el único tronco que divisamos estaba prácticamente sumergido en las aguas del Imperial. Estuvimos casi una hora intentando arrastrarlo hasta la orilla.  Finalmente, gracias a la fuerza de la camioneta pudimos cumplir con la faena.

Si bien la mayoría de sus trabajos los realiza con cincel, en el caso de este tótem el “kimche” usó una motosierra. La facilidad y precisión con la que Hernán daba forma al tronco me desconcertaron. Parecía como si la máquina y su brazo fueran una misma cosa. Sinceramente, nunca había visto algo así.

Vista cenital de un Kimche

Mientras tomábamos un descanso, Hernán me contó parte de su historia. Hasta los 12 años vivió junto a su abuela en una de las orillas del Budi. Su madre, como muchas de las mujeres de la zona, tuvo que migrar a la ciudad para ganarse la vida.

Al fallecer su kushe papai, Hernán se instaló en Puerto Saavedra, donde completó su educación media. Se matriculó en una universidad en Temuco y se radicó en esa ciudad, pero a los pocos meses entendió que su sabiduría estaba amenazada por un modelo de educación conservador e inflexible, que no promovía la diversidad étnica. Al año siguiente, me explicó, regresó a su querido lago y dedicó todas sus energías en estudiar la cosmovisión de su pueblo.

Pancho Saavedra en el Lago Budi

Luego de casi dos horas de minucioso trabajo, el “Ché mamuil” estuvo listo. No bien lo levantó, una extraña energía emanó de la escultura y se dispersó en el entorno. Hernán notó mi reacción, pero sólo me respondió con una sonrisa. Le pregunté cuál iba a ser el destino de la escultura. Me dijo que la iba a enclavar junto a la entrada de la casa que estaba construyendo en el lago.

Antes de despedirnos, Hernán me dijo que no podía irme del Budi sin conocer a María Huenchumpan, conocida en la zona como la “campeona de los camarones”.

Siguiendo la recomendación de Hernán, a la mañana siguiente nos internamos en los serpenteantes caminos del Budi para ir en busca de la señora María. Al llegar al sector de Collileufo, distinguimos la figura de una mujer que caminaba por una vega adyacente al lago sin despegar la vista del suelo.

De cuando en cuando, la veíamos agacharse y meter sus manos en el barro. Tenía que ser ella. Estacioné la camioneta a un lado de la ruta y caminamos a su encuentro. Al verme, la mujer me sonrió y se presentó:

-Yo soy María, la campeona de camarones –dijo con entusiasmo y, sin más preámbulos, nos invitó a acompañarla en la faena.

María me contó que nació en este mismo lugar en 1957. Fue la mayor de 10 hermanos y, como muchos de los habitantes de esta región, tuvo una infancia dura, marcada por la precariedad y la pobreza. De adulta, tuvo que realizar todo tipo de trabajo para mantener a sus dos hijas y brindarles un mejor futuro. Y los camarones cumplieron un rol fundamental para hacer realidad ese sueño.

Señora María en el Lago Budi

Los camarones de vega del Lago Budi son muy cotizados por los restaurantes de la zona. A diferencia de otros vecinos de la zona, que utilizan una herramienta conocida como el “bombín”, la “campeona” lo hace a la vieja usanza, es decir, con las manos.

Su destreza y velocidad la han convertido en un personaje legendario. Cuando se organizan competencias de extractores, María llega con la corona puesta. Es prácticamente imbatible. María me explicó que su técnica no era ningún secreto, sino que el resultado de toda una vida de trabajo. Aunque la paga no es muy alta ($1.500 la docena), es una fuente de ingresos regular durante los meses de invierno.

Pancho Saavedra y la señora María en el Lago Budi

A simple vista, esta extracción parece sencilla, pero en la práctica no es así. Durante toda la faena, apenas pude capturar un par de ejemplares.

Con el balde lleno, María nos invitó hasta su casa. Allí nos esperaba Paulina, una de sus hijas, cocinera de profesión, quien nos preparó un sabroso caldo de camarones para que recuperáramos fuerzas antes de seguir nuestro recorrido.

Con el estómago lleno y el corazón contento, nos trasladamos hasta Rompulli Huapi, otro sector enclavado en las orillas del lago. Allí me esperaba Carlos Díaz Nahuel, un amigo que conocí en mi primera visita y que en esa oportunidad me invitó a navegar las aguas del Budi montado en un wampo, la ancestral canoa de madera que durante siglos fue el principal medio de transporte de los antiguos lafkenche. Pues bien, en esta ocasión Carlos tenía preparado un desafío mayor: desafiar a los experimentados navegantes de su comunidad en una carrera de igual a igual, sin ventajas ni prebendas.

Antes trasladarnos al lago, Carlos me invitó a participar de la última etapa del proceso de construcción de un wampo, que consistía en impermeabilizar la canoa para asegurar su durabilidad en el tiempo. Para esto, Carlos debía que desprender la corteza del tronco y después verter sobre éste alrededor de 300 litros de agua hirviendo. De esta manera, me explicó, la sabia que salía de la madera sellaba la embarcación.

Carlos Díaz Nahuel

Con el wampo terminado, junto a Carlos y sus familiares nos trasladamos hasta el embarcadero. En el trayecto, mi amigo me comentó que, desde mi última visita, su emprendimiento había crecido sustantivamente y que, durante los meses de verano, cientos de turistas lo visitaban para conocer y navegar en estas canoas.

Antes de comenzar la carrera, Carlos decidió ser mi guía. Al frente teníamos a Nahuel, un eximio exponente de la disciplina, eximio navegante con décadas de experiencia en el cuerpo. Aunque en un comienzo mi rival tomó una considerable ventaja, poco a poco fuimos acercándonos.

Cuando estábamos a pocos metros de la orilla, mi compañero aceleró el ritmo y logramos cruzar la meta en primer lugar. Aunque eso, evidentemente, no tenía ninguna importancia. Para celebrar la actividad, la comunidad me entregó como trofeo una gigantesca tortilla de rescoldo que, como deben suponer, fue devorada por mí y el resto del equipo en cosa de segundos.

A la mañana siguiente, antes de retornar a Santiago, fuimos hasta Huilque, una caleta de cercana a la desembocadura del río Imperial. Junto a Iván Jara, conocido por todo Puerto Saavedra como “Pelao”, navegamos hasta la barra para encontrarnos con los pescadores artesanales, quienes me mostrarían una ancestral técnica para capturar la corvina.

Lago Budi de noche

Este sistema de pesca, me explicaron, consiste en desplegar una gigantesca red que, producto de la corriente, es arrastrada hacia el interior. Al alcanzar su tope, ésta se fija desde la embarcación con una guía y posteriormente se procede a arrastrarla desde la orilla.

Mientras desarrollábamos la faena, Iván me comentó que los pescadores de Puerto Saavedra tenían muchos inconvenientes para desarrollar su actividad.

Para adentrarse en el océano, la única forma era hacerlo a través de la barra de la desembocadura del Imperial. Durante los meses de invierno, las condiciones del mar cambiaban y hacían intransitable esa ruta. La única manera de resolver este problema era construyendo una barra artificial. Iván y sus compañeros llevaban décadas pidiendo ayuda a las autoridades, pero jamás habían sido escuchados.

Pescador Lago Budi

Regresamos a la orilla y desembarcamos. La siguiente maniobra consistía en mover la red y luego recogerla a puro pulso. Junto a Pelao y los otros pescadores, comenzamos a tirar de la cuerda. Estaba pesada. Por lo mismo pensé que la faena había sido provechosa. Sin embargo, cuando la red emergió del agua, ésta venía prácticamente vacía.

Aunque mis amigos intentaron disimular su frustración, era evidente que la escasez de recursos era preocupante. No se trataba simplemente de un mal día, me contaron, sino de una tendencia que cada vez se hacía más difícil revertir.

Pescadores del Lago Budi

Hablamos de la crisis de la pesca artesanal en Chile. Les expliqué que, independiente de la zona en que estuviera, todos los pescadores compartían el mismo sentimiento de incertidumbre.

A pesar de eso, Iván y sus compañeros me transmitieron tranquilidad. Aunque quisieran, jamás podrían dejar de ser pescadores. Más que un oficio, me explicaron, esto era una condición con la que se nacía. Y si hay algo que caracteriza a los hombres de mar es su fortaleza y buen espíritu.

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