En San Félix, una localidad rural enclavada en el sector más cordillerano de Valle del Carmen, vive una hábil artesana de origen diaguita que, siguiendo la tradición de sus antepasados, fabrica con sus manos unas muñecas muy especiales y misteriosas.
Cuenta Paulina Carvajal, la persona detrás de Palinay Muñecas Indígenas, que su emprendimiento surgió de un hecho tan casual como mágico. Hace casi dos décadas, mientras recorría las polvorientas calles de San Pedro de Atacama, encontró una de estas figuras en una feria artesanal. Atraída por su belleza, decidió comprarla y llevársela de regalo a su madre quien, apenas la tuvo en sus manos, recordó que estos objetos eran muy comunes en su infancia, tanto así que incluso en su casa los fabricaban. Más que un juguete, le explicó, se trataba de amuletos que tenían como objetivo proteger a las mujeres diaguitas de diferentes males, tanto físicos como espirituales.
La asombrosa y fortuita historia inspiró a Paulina, quien decidió embarcarse en un proyecto que cambiaría para siempre su vida: recuperar esta vieja y mística tradición familiar y, de paso, convertirlo en su oficio y en su principal fuente de ingresos.
Para confeccionar estos amuletos, Paulina recibió algunos consejos de su madre y de las otras mujeres de la comunidad Molle Kay Ko. De ellas aprendió la puntada diaguita, técnica ancestral que usa coser los retazos de tela, lana y cueros, con los que se dan forma al cuerpo; y también las hierbas que se utilizan para rellenar las muñecas.
Como le anticipé, las figuras que Paulina confecciona representan diferentes personalidades femeninas. Entre las más populares están “La Panadera”, “La Yerbatera y “La Cocinera”.
El poder sanador de las muñecas, revela nuestra amiga, aflora en los momentos de tristeza o melancolía. Cuando eso ocurre, el dueño o dueña debe abrazar la figura con fuerza y tomar el suave aroma de las yerbas, que se albergan en su interior, a través de profunda respiración. Su es infalible e inmediato. Yo puedo dar prueba de ello.
El trabajo de Paulina es realmente bello, no sólo por su forma, sus colores y detalles, sino porque se trata de un ejercicio de memoria, de un silencioso esfuerzo por desempolvar las tradiciones de un pueblo originario del que no todos conocen, pero que posee una enorme riqueza patrimonial, cultural y espiritual.
Ubicación: San Félix, comuna de Alto del Carme, región de Atacama
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