¿Cómo y de dónde vienen los pingüinos que anidan en la Patagonia chilena? ¿Qué comen? ¿De qué deben cuidarse? En este episodio de “Lugares que Hablan” conocimos esa y otras respuestas.
Todo empezó cuando al bajar del Ferry que nos llevó hasta Isla Magdalena, una turista de Polonia se acercó amablemente para contarme que veía nuestro programa vía YouTube y pedirme una foto. Fue un momento especial saber que gente de lugares tan lejanos puede enamorarse de Chile a través de lo que hacemos.
De ahí, pude conocer a los grandes protagonistas de esta historia: los pingüinos de Isla Magdalena. Pude ver de cerca sus nidos, las diferencias entre ellos y cómo eran capaces de dar su vida con tal de proteger de los depredadores su más preciado tesoro: sus huevos. Es normal que en la isla sobrevuelen pájaros parientes de las gaviotas conocidos como “Escúas”, que se dedican precisamente a alimentarse de las futuras crías de pingüino mientras estas se encuentran en fase de empollamiento.
Si alguna vez te preguntaste cómo es el recorrido de un turista, los cuidados que se deben tener para proteger las cuevas de los pingüinos, este episodio de Lugares que Hablan no sólo te lo dejará claro, sino que también va a profundizar sobre el hermoso trabajo de preservación realizado por todo el personal de Isla Magdalena: los valientes hombres y mujeres que trabajan en CONAF.
Cambio climático
Los pingüinos están llegando tarde a anidar en la isla. Es una realidad. Si el año 2010 llegaban 63.000 parejas de las aves a expandir su tribu, a día de hoy son sólo 13 mil. Según lo explicado por los expertos en la fauna del lugar se debe a que podrían estar cambiando de hábitat, pero también al desorden provocado en los tiempos de las lluvias.
Llueve en fechas en que los animales no acostumbran estar preparados y con la intensidad de las lluvias se inundan los nidos, lo que impide obviamente que los huevos permanezcan a la temperatura adecuada para poder llegar a su fase completa de desarrollo.
Si quieres ver más de cerca el proceso natural de las parejas de pingüinos de Isla Magdalena, ellos llegan en septiembre a hacer sus nidos. En marzo, comienzan a viajar hacia las costas de Uruguay y el sur de Brasil.
Puedes revisar este episodio completo de Lugares que hablan en este enlace.
Junto al equipo de Lugares que Hablan decidimos regresar a uno de los destinos más bellos de la región de Los Ríos: la exuberante comuna de Panguipulli.
En un territorio dominado por majestuosos lagos e imponentes volcanes, fuimos en busca de un grupo de habitantes cuyas historias tenían un denominador común: los sueños.
Mapa de la región de Los Ríos
Allí, perdidos entre milenarios bosques y nevadas cumbres, tuvimos el privilegio de acompañarlos en esos momentos, únicos e irrepetibles, donde lo que parece imposible de pronto se convierte en realidad. Un viaje trepidante, lleno de emociones, que quiero compartir con ustedes en esta crónica.
En mi primera visita a la comuna, por allá en 2014, escuché hablar de un hermoso proyecto educativo llamado “Entre Montañas”. Se trataba de una orquesta juvenil, conformada por estudiantes de enseñanza básica de las escuelas más apartadas de Panguipulli.
Orquesta Juvenil Entre Montañas
Como en aquellos años la iniciativa recién comenzaba a dar sus primeros pasos, no pudimos registrar esa experiencia. Por eso, apenas pusimos nuestros pies en la comuna, nos dirigirnos hasta la escuela municipal de Neltume, lugar donde los niños se reúnen a ensayar todas las semanas, para conocer a sus protagonistas.
Al entrar al establecimiento, me encontré con decenas de niños yendo de un lado a otro con sus pesados instrumentos. En muchos casos, los chelos y violonchelos superaban en tamaño a propios intérpretes.
Jóvenes músicos chilenos
Felipe Alvarado, el director de la orquesta, me explicó que la agitación se debía a que esa misma tarde la orquesta tenía programada una presentación en el Cóndor Andino, un hermoso mirador de la reserva Huilo Huilo.
Felipe Alvarado, director musical de la orquesta Entre Montañas
Mientras intentaba organizar al numeroso contingente de pequeños artistas, con Felipe conversamos sobre este proyecto y su principal misión. Más que formar músicos, me explicó, lo que buscaba “Entre Montañas” era entregar a los niños herramientas que les permitieran mejorar su autoestima y ampliar su horizonte.
También me comentó que, desde 2015, por la orquesta habían pasado decenas de estudiantes y que algunos tenían la firme intención de seguir una carrera artística en el futuro.
Entre los niños que iba a presentarse esa tarde, Felipe me habló de Catalina Caliqueo, una niña de 10 años que vivía en un sector apartado de Neltume y que justamente ese día tendría su debut. Junto al equipo, decidimos ir a visitarla antes de la presentación.
La pequeña Catalina Caliqueo
En su casa, fuimos recibidos por sus padres, quienes estaban más nerviosos que ella. En su familia, me explicaron, no había ningún músico. Por eso, el orgullo que sentían por su hija era tan grande.
A Catalina la encontré en su pieza, preparándose para su debut. Algo nerviosa, me dijo que lo que más anhelaba era que su abuelo la acompañara en su primer espectáculo. Le pregunte si podíamos ir a verlo. Me respondió que sí. Aunque también me advirtió que su lugar de trabaja estaba bien lejos.
Nos montamos en la camioneta de la familia y subimos hasta la cima de un empinado cerro, donde encontramos a Isaías, el abuelo de Cata, fabricando tejuelas con una vieja sierra metálica. No tardamos demasiado en convencerlo para que nos acompañara. Con el tiempo en contra, bajamos hasta Neltume. Al llegar a la escuela, nos subimos al bus que nos llevaría hasta el “Cóndor Andino”.
Catalina en su debut musical
Apenas las primeras notas comenzaron a sonar, no pude evitar estremecerme. Ver a Catalina acariciar las cuerdas de su chelo fue algo realmente emotivo. A Isaías, que hasta ese momento ignoraba del talento de su nieta, se le llenaron los ojos de lágrimas. Sus padres, embobados, sonreían felices. Así, con gestos sencillos, se reacciona frente a un sueño que se hace realidad, pensé.
Una vez concluida la presentación, me acerqué a la familia de Cata y les agradecí por la oportunidad de haberme hecho parte de una experiencia que la familia atesoraría por siempre.
Pancho Saavedra con la orquesta Entre Montañas
Inolvidable también fue mi segunda jornada en Panguipulli, donde conocí a los habitantes de Pirihueico, un enclave forestal ubicado en la ribera este del hermoso lago que lleva su mismo nombre y que se encuentra a escasos kilómetros de frontera con Argentina.
Mapa del Lago Pirihueico
Se trataba de un día histórico para su puñado de habitantes. Por primera vez desde su fundación, el pueblo tendría electricidad, cortando así varias décadas de desconexión. Era, como más tarde me dijo Laura Gutiérrez, una vecina nacida y criada allí, un sueño a punto de convertirse en realidad. Y nosotros, así como había ocurrido con Catalina el día anterior, tendríamos el honor de estar presentes.
Laura Gutiérrez, vecina de Pirehueico
Pero llegar hasta esa perdido localidad no fue sencillo. Desde el pueblo de Panguipulli tuvimos recorrer aproximadamente 62 kilómetros hasta Puerto Fuy. Allí, abordamos un ferry que demoró casi dos horas llegar a la otra orilla del Pirihueico.
Contemplaba la exuberante que me rodeaba, cuando un vecino de la localidad, que viajaba junto al resto del equipo, me contó lo difícil que era vivir tan apartados. La embarcación que nos trasladaba, me explicó, solo hacía este recorrido una vez al día.
A veces, cuando algún vecino sufría alguna emergencia, que no era posible tratar en el consultorio local, tenía que esperar hasta la mañana siguiente para trasladarse hasta Panguipulli. Y eso era un riesgo demasiado grande. Así y todo, el hombre me dijo que Pirihueico era su tierra y allí iba a permanecer hasta el día de su muerte.
Desembarcamos y avanzamos hacia la frontera con Argentina por un sinuoso camino de tierra que se perdía entre bosques de cipreses y coihues. Un par de kilómetros antes de llegar al poblado, nos encontramos con una escuelita rural.
Decidimos bajar para conocer a los niños y a sus maestros. Entramos de sorpresa. La reacción de los chicos fue de incredulidad. Junto a ellos estaba Eduardo Raff, médico veterinario del SAG, quien ese mismo día iba a liberar en un bosque cercano cuatro monitos del monte, que habían sido encontrados en la ciudad de Valdivia.
Alumnos de la escuelita rural de Pirihueico
No dudamos ni un instante en aceptar la invitación para participar, junto con los niños de la escuela, de esta hermosa actividad.
Mientras navegábamos por un estrecho arroyo, Eduardo me explicó que el monito del monte es una especie de marsupial de origen australiano. Prácticamente desconocido en nuestro país, es considerado por los investigadores como un verdadero fósil viviente. Es el último eslabón de una orden cuyo linaje se extinguió hace millones de años.
Monito del Monte
Después de aproximadamente 20 minutos de viaje, desembarcamos en frente a un espeso bosque. Con los niños y los profesionales del SAG nos internamos en la vegetación en busca del mejor lugar para realizar la liberación. Ver a los pequeños animales salir del encierro y descubrir un mundo puro, prístino y sin intervención humana fue, para mí, Eduardo y los niños, otro sueño hecho realidad.
¡Liberamos al monito del monte!
Aún emocionados por la extraordinaria experiencia, nos despedimos de Eduardo y los chicos de la escuela Porvenir y retomamos el camino hacia el caserío de Pirihueico. Al llegar, Laura Gutiérrez, Carlos Pérez y Teresa Arroyo fueron mis anfitriones. Había expectación y ansiedad entre los vecinos. Y no era para menos. Atrás quedarían décadas de irremediable penumbra.
Esperamos el ocaso para partir la simbólica ceremonia. La expresión de felicidad de los vecinos a ver cómo su entorno comenzaba a iluminarse me estremeció. Lo que para nosotros es algo común, para estos vecinos era el resultado de décadas de incansable lucha.
Instalación del primer poste eléctrico de Pirihueico
Mientras navegábamos de regreso hacia Puerto Fuy, recordé un dato que da cuenta de nuestra desigualdad: en Chile, hay más de 30 mil hogares sin acceso a electricidad. Más de 100.000 personas que, al igual que los vecinos de Pirihueico, sueñan con acceder a un servicio tan básico como necesario.
Para coronar esta aventura, a la mañana siguiente aceptamos el reto de ascender hasta un de los cráteres del complejo del complejo volcánico Mocho Choshuenco. Fueron varias horas de caminata, donde enfrentamos el frío y la nieve.
Lugares que Hablan en el Mocho Choshuenco
Al alcanzar la cima, un estremecedor paisaje, compuesto por volcanes, lagos y valles, se abrió frente a nuestros ojos. Así, con esta imagen bellísima, cargada de colores, y con el viento puro golpeando mi rostro, me despedí de Panguipulli, un lugar mágico, donde los sueños se hacen realidad.
Es momento de abrir nuevamente mi bitácora para compartir con ustedes algunos pormenores de lo que fue mi segunda travesía en ese mágico territorio de la costa de la Araucanía, el famoso Lago Budi.
Como es costumbre en cada viaje, junto al equipo de Lugares que Hablan salimos de madrugada desde el aeropuerto de Santiago. Nuestro destino era Temuco, la capital de la Araucanía. Visitar esa región es siempre una experiencia alucinante. No me canso de repetirlo: cuando crees que ya lo has visto todo, Wallmapu siempre se las arregla para sorprenderte con algo nuevo.
La riqueza de su cosmovisión, sus hermosos paisajes, el estrecho vínculo de sus habitantes con la naturaleza y su sabiduría infinita de sus habitantes, hacen de éste uno de mis lugares favoritos en Chile.
Mi recorrido comenzó en Puerto Saavedra. En esta pequeña ciudad compartí a Hernán Marinao, un experimentado y talentoso tallador, quien a sus 41 años es considerado un “kimche” (sabio) por las comunidades lafkenche de la zona, gracias las vivencias y conocimientos espirituales que heredó de su familia, especialmente de su abuela, Francisca Leiculeo, una conocida yerbatera del Budi.
Hernán quería mostrarme cómo elaboraba los “ché mamuil” o tótems mapuches, las ancestrales esculturas antropomórficas de madera que, hasta antes de la llegada de los conquistadores, eran utilizadas por lafkenche en los ritos funerarios.
Por eso nuestro punto de encuentro fue la ribera sur del Río Imperial, desde donde comenzaríamos una caminata por la orilla hasta dar con el tronco que usaríamos como materia prima. Mientras avanzábamos, Hernán me explicó que esas figuras ayudaban al alma del difunto a llegar a su destino final, que era el encuentro con sus antepasados.
No fue fácil dar con la madera para el trabajo que Hernán tenía en mente. Su plan era tallar una figura de aproximadamente dos metros de altura y el único tronco que divisamos estaba prácticamente sumergido en las aguas del Imperial. Estuvimos casi una hora intentando arrastrarlo hasta la orilla. Finalmente, gracias a la fuerza de la camioneta pudimos cumplir con la faena.
Si bien la mayoría de sus trabajos los realiza con cincel, en el caso de este tótem el “kimche” usó una motosierra. La facilidad y precisión con la que Hernán daba forma al tronco me desconcertaron. Parecía como si la máquina y su brazo fueran una misma cosa. Sinceramente, nunca había visto algo así.
Mientras tomábamos un descanso, Hernán me contó parte de su historia. Hasta los 12 años vivió junto a su abuela en una de las orillas del Budi. Su madre, como muchas de las mujeres de la zona, tuvo que migrar a la ciudad para ganarse la vida.
Al fallecer su kushe papai, Hernán se instaló en Puerto Saavedra, donde completó su educación media. Se matriculó en una universidad en Temuco y se radicó en esa ciudad, pero a los pocos meses entendió que su sabiduría estaba amenazada por un modelo de educación conservador e inflexible, que no promovía la diversidad étnica. Al año siguiente, me explicó, regresó a su querido lago y dedicó todas sus energías en estudiar la cosmovisión de su pueblo.
Luego de casi dos horas de minucioso trabajo, el “Ché mamuil” estuvo listo. No bien lo levantó, una extraña energía emanó de la escultura y se dispersó en el entorno. Hernán notó mi reacción, pero sólo me respondió con una sonrisa. Le pregunté cuál iba a ser el destino de la escultura. Me dijo que la iba a enclavar junto a la entrada de la casa que estaba construyendo en el lago.
Antes de despedirnos, Hernán me dijo que no podía irme del Budi sin conocer a María Huenchumpan, conocida en la zona como la “campeona de los camarones”.
Siguiendo la recomendación de Hernán, a la mañana siguiente nos internamos en los serpenteantes caminos del Budi para ir en busca de la señora María. Al llegar al sector de Collileufo, distinguimos la figura de una mujer que caminaba por una vega adyacente al lago sin despegar la vista del suelo.
De cuando en cuando, la veíamos agacharse y meter sus manos en el barro. Tenía que ser ella. Estacioné la camioneta a un lado de la ruta y caminamos a su encuentro. Al verme, la mujer me sonrió y se presentó:
-Yo soy María, la campeona de camarones –dijo con entusiasmo y, sin más preámbulos, nos invitó a acompañarla en la faena.
María me contó que nació en este mismo lugar en 1957. Fue la mayor de 10 hermanos y, como muchos de los habitantes de esta región, tuvo una infancia dura, marcada por la precariedad y la pobreza. De adulta, tuvo que realizar todo tipo de trabajo para mantener a sus dos hijas y brindarles un mejor futuro. Y los camarones cumplieron un rol fundamental para hacer realidad ese sueño.
Los camarones de vega del Lago Budi son muy cotizados por los restaurantes de la zona. A diferencia de otros vecinos de la zona, que utilizan una herramienta conocida como el “bombín”, la “campeona” lo hace a la vieja usanza, es decir, con las manos.
Su destreza y velocidad la han convertido en un personaje legendario. Cuando se organizan competencias de extractores, María llega con la corona puesta. Es prácticamente imbatible. María me explicó que su técnica no era ningún secreto, sino que el resultado de toda una vida de trabajo. Aunque la paga no es muy alta ($1.500 la docena), es una fuente de ingresos regular durante los meses de invierno.
A simple vista, esta extracción parece sencilla, pero en la práctica no es así. Durante toda la faena, apenas pude capturar un par de ejemplares.
Con el balde lleno, María nos invitó hasta su casa. Allí nos esperaba Paulina, una de sus hijas, cocinera de profesión, quien nos preparó un sabroso caldo de camarones para que recuperáramos fuerzas antes de seguir nuestro recorrido.
Con el estómago lleno y el corazón contento, nos trasladamos hasta Rompulli Huapi, otro sector enclavado en las orillas del lago. Allí me esperaba Carlos Díaz Nahuel, un amigo que conocí en mi primera visita y que en esa oportunidad me invitó a navegar las aguas del Budi montado en un wampo, la ancestral canoa de madera que durante siglos fue el principal medio de transporte de los antiguos lafkenche. Pues bien, en esta ocasión Carlos tenía preparado un desafío mayor: desafiar a los experimentados navegantes de su comunidad en una carrera de igual a igual, sin ventajas ni prebendas.
Antes trasladarnos al lago, Carlos me invitó a participar de la última etapa del proceso de construcción de un wampo, que consistía en impermeabilizar la canoa para asegurar su durabilidad en el tiempo. Para esto, Carlos debía que desprender la corteza del tronco y después verter sobre éste alrededor de 300 litros de agua hirviendo. De esta manera, me explicó, la sabia que salía de la madera sellaba la embarcación.
Con el wampo terminado, junto a Carlos y sus familiares nos trasladamos hasta el embarcadero. En el trayecto, mi amigo me comentó que, desde mi última visita, su emprendimiento había crecido sustantivamente y que, durante los meses de verano, cientos de turistas lo visitaban para conocer y navegar en estas canoas.
Antes de comenzar la carrera, Carlos decidió ser mi guía. Al frente teníamos a Nahuel, un eximio exponente de la disciplina, eximio navegante con décadas de experiencia en el cuerpo. Aunque en un comienzo mi rival tomó una considerable ventaja, poco a poco fuimos acercándonos.
Cuando estábamos a pocos metros de la orilla, mi compañero aceleró el ritmo y logramos cruzar la meta en primer lugar. Aunque eso, evidentemente, no tenía ninguna importancia. Para celebrar la actividad, la comunidad me entregó como trofeo una gigantesca tortilla de rescoldo que, como deben suponer, fue devorada por mí y el resto del equipo en cosa de segundos.
A la mañana siguiente, antes de retornar a Santiago, fuimos hasta Huilque, una caleta de cercana a la desembocadura del río Imperial. Junto a Iván Jara, conocido por todo Puerto Saavedra como “Pelao”, navegamos hasta la barra para encontrarnos con los pescadores artesanales, quienes me mostrarían una ancestral técnica para capturar la corvina.
Este sistema de pesca, me explicaron, consiste en desplegar una gigantesca red que, producto de la corriente, es arrastrada hacia el interior. Al alcanzar su tope, ésta se fija desde la embarcación con una guía y posteriormente se procede a arrastrarla desde la orilla.
Mientras desarrollábamos la faena, Iván me comentó que los pescadores de Puerto Saavedra tenían muchos inconvenientes para desarrollar su actividad.
Para adentrarse en el océano, la única forma era hacerlo a través de la barra de la desembocadura del Imperial. Durante los meses de invierno, las condiciones del mar cambiaban y hacían intransitable esa ruta. La única manera de resolver este problema era construyendo una barra artificial. Iván y sus compañeros llevaban décadas pidiendo ayuda a las autoridades, pero jamás habían sido escuchados.
Regresamos a la orilla y desembarcamos. La siguiente maniobra consistía en mover la red y luego recogerla a puro pulso. Junto a Pelao y los otros pescadores, comenzamos a tirar de la cuerda. Estaba pesada. Por lo mismo pensé que la faena había sido provechosa. Sin embargo, cuando la red emergió del agua, ésta venía prácticamente vacía.
Aunque mis amigos intentaron disimular su frustración, era evidente que la escasez de recursos era preocupante. No se trataba simplemente de un mal día, me contaron, sino de una tendencia que cada vez se hacía más difícil revertir.
Hablamos de la crisis de la pesca artesanal en Chile. Les expliqué que, independiente de la zona en que estuviera, todos los pescadores compartían el mismo sentimiento de incertidumbre.
A pesar de eso, Iván y sus compañeros me transmitieron tranquilidad. Aunque quisieran, jamás podrían dejar de ser pescadores. Más que un oficio, me explicaron, esto era una condición con la que se nacía. Y si hay algo que caracteriza a los hombres de mar es su fortaleza y buen espíritu.
Llama la atención que uno de los escenarios naturales más bellos de Chile viva bajo un permanente estado de vulnerabilidad. Con sus 1.814 km2 de superficie, el Parque Nacional Torres del Paine forma parte del selecto grupo de reservas cuya mayor virtud es, al mismo tiempo, su principal amenaza.
Casi 300.000 turistas llegan cada año a este mágico territorio para contemplar sus majestuosos paisajes y atractivos. La mayoría, qué duda cabe, lo hace de forma responsable, respetando las estrictas normas que buscan protegerlo.
Glaciar Gray
Pero no es menos cierto que, dentro de esa enorme masa de visitantes, hay individuos que se niegan a aceptar que el impacto que provocan por el simple hecho de estar ahí, recorriendo sus sinuosos y extensos senderos, por mínimo que sea, altera enormemente su frágil equilibrio.
Junto al equipo de Lugares que Hablan decidimos visitar Torres de Paine pocos días después del término de la temporada alta. La invitación nació de un grupo de voluntarios que, una vez al año, se reúne para mitigar la inevitable huella que los turistas dejan a su paso. Un trabajo silencioso, fundamental para preservar el ecosistema de uno de los sitios más emblemáticos de nuestro territorio.
Torres del Paine
Como siempre, salimos de Santiago de madrugada. Luego de cuatro horas de vuelo, aterrizamos en Punta Arenas. El frío patagónico que sentí al caminar por la loza del aeropuerto me advirtió que, en el último lugar del mundo, siempre hay que estar preparado para soportar el rigor de un clima que, si se le antoja, puede convertirse en un verdadero obstáculo.
Desde la capital de Magallanes, nos trasladamos en dirección norte hacia la ciudad de Puerto Natales siguiendo la serpenteante Ruta 9. Después de casi un día de interminable recorrido, llegamos a nuestro destino: el mítico Parque Nacional Torres del Paine.
Al día siguiente, bien temprano en la mañana, en el sector de Salto Grande, uno de los rincones más visitados por los turistas, nos recibió Javier Roger, uno de los guías más queridos del Parque Nacional. Antiguo brigadista de CONAF, “Flash”, como es conocido por quienes trabajan en la reserva, es uno de los impulsores de la llamada “Fiesta de la limpieza”.
Javier Roger, guía de Torres del Paine
En esta actividad, que se extiende durante una semana, participan voluntarios de diferentes lugares de Chile e incluso del extranjero, unidos por un objetivo: salvaguardar la que ha sido calificada en varias oportunidades como la “Octava Maravilla del Mundo”.
Debo reconocer que grabar esta parte del programa no fue algo agradable. Pero no se confundan. Flash y sus compañeros me conmovieron por su entrega y esfuerzo. Su amor por la naturaleza es un ejemplo consecuencia, digno de imitar.
Pero encontrarme con tal cantidad de desperdicios fue un golpe doloroso, que me llenó de vergüenza. Si la basura campea en un lugar como el Paine, donde el control es estricto, qué queda para otros lugares que no cuentan con medidas de protección.
Basura en Torres del Paine
Mientras recogíamos colillas de cigarrillos, envases plásticos y un sinfín de residuos, Flash notó mi malestar. Aunque comprendía mi estado, me confesó que la inconciencia de algunos turistas, lejos de paralizarlo, lo impulsaba a trabajar con más entusiasmo.
En sus excursiones, dijo, no sólo se limitaba a mostrar los atractivos del Parque, sino que también a educarlos para intentar cambiar sus hábitos. Es una tarea difícil, pero motivante, concluyó.
Al terminar la jornada, Javier hizo un cálculo aproximado de la cantidad de basura que habíamos recogido ese día y del total que llevaban durante la campaña: 120 kg.
Reglas Torres del Paine
A la mañana siguiente, con los primeros rayos del sol despuntando en el horizonte, nos desplazamos hacia la Estancia Las Torres. Allí nos reuniríamos con miembros de la AMA, una ONG que lleva adelante otro plan para preservar este verdadero paraíso: restaurar el sendero más transitado del parque.
Cristián Andrade es oriundo de Tierra del Fuego y desde hace seis años es la persona cargo de mantener operativos los senderos de la reserva. Su rol es fundamental, pues estas rutas no sólo permiten a los visitantes recorrer Paine de manera segura, sino que también ayudan a mitigar su impacto en el entorno.
Cristián me contó que hace algunos meses acompañó a un grupo de expertos a recorrer todas las rutas del parque para hacer un diagnóstico de su estado. La conclusión no fue precisamente alentadora: la mayoría de los caminos requería de arreglos urgentes.
Cristán Andrade
El problema, me explicó, es el costo del proyecto. Su ejecución dependerá de la recaudación de fondos, proceso que podría tardar más tiempo del recomendado.
Junto a Cristián y algunos miembros de la fundación participamos de la eparación de una escalera de piedras, que necesitaba un nuevo escalón. Desde un río, extrajimos algunas rocas de gran tamaño, que servirían como base para el peldaño.
Transportamos el material en carretillas y, a punta de hachas y picotadas, abrimos la tierra hasta dar con el espacio necesario para encajar el bloque. Fue un trabajo extenuante pero que, con afano y entusiasmo, pudimos terminar con éxito.
Reconstruyendo senderos en Torres del Paine
Quienes trabajan en Paine dicen que uno de los momentos más hermosos que puede vivir un turista mientras recorre sus senderos es encontrarse con un puma. Las posibilidades dar con un ejemplar son bajísimas. Este felino, solitario por naturaleza, es tan escurridizo, que avistarlo puede tomar varios días, incluso semanas. Es, literalmente, como buscar una aguja en un pajal.
Antes de viajar a Magallanes, mientras trazábamos la ruta, nos propusimos ir tras las huellas de este hermoso animal, que habita las zonas montañosas de todo el continente. No todos en el equipo estaban convencidos.
Como suele ocurrir en los viajes, nuestro irrefrenable deseo de conocer y descubrir es inversamente proporcional al tiempo que contamos para eso. Luego de un intenso debate, aceptamos el desafío. Para aumentar nuestras chances, decidimos dividirnos en dos grupos para abarcar una superficie mayor.
Puma en Torres del Paine
Miguel Fuentealba, quien lleva varios años dedicado a seguir la pista de este silencioso felino, fue el líder de mi grupo. Oriundo de Collipulli, apenas cumplió la mayoría de edad dejó la Araucanía y fue al último lugar del mundo en busca de su destino.
Se radicó en Punta Arenas y en su primera visita al parque logró fotografiar a dos ejemplares. Aunque las imágenes eran francamente deficientes, reconoció con un dejo de vergüenza, los guardaparques se mostraron sorprendidos por su buena suerte.
Miguel Fuentealba
Al poco tiempo, Miguel encontró trabajo en Paine como conductor de una van de turismo. Durante los trayectos, se entretenía registrando los paisajes. Y como la práctica hace al maestro, después de algunos meses su técnica mejoró de forma considerable.
El amor, me explicó, lo llevó hasta Santiago, donde vivió por tres años. En su estadía en la capital, se ganó la vida como estatua humana. Creó un personaje llamado “El Guerrero Pacífico”, con el que se pasaba tardes enteras sorprendiendo a los peatones que circulaban por el Paseo Ahumada.
Pero como su destino ya estaba escrito, regresó a Magallanes y se instaló junto a su pareja en Puerto Natales, donde siguió perfeccionando sus performances. Con el dinero que recaudó, compró equipos profesionales y se lanzó a la búsqueda del mítico puma. Hoy, es considerado uno de los más excelsos rastreadores de este felino.
Con Miguel y Paulina Alvarado, una de las pocas guardaparque de CONAF que trabaja en Paine, caminamos durante todo el día en busca de unos de los pocos felinos que habita en la reserva. Y aunque la travesía no resultó como esperábamos, en ningún caso se trató de un día perdido.
El Lago Sarmiento, uno de los rincones más bellos de la “octava maravilla”, fue el punto final de una jornada donde pudimos capturar imágenes increíblemente bellas.
Como debíamos seguir con las grabaciones, al día siguiente una parte del equipo, encabezados por Miguel y Paulina, continuó con las pesquisas del escurridizo animal, mientras yo me trasladaba a otro sector del Parque.
¿Se preguntarán cómo terminó la historia? Un puma hembra, conocida popularmente Mailén, que en mapudungún significa “poderosa, noble e inteligente”, apareció frente a las cámaras de mis compañeros y posó mostrando toda su majestuosidad. Mala suerte para mí, buena suerte para mis compañeros, mascullé cuando por radio me informaron del desenlace de la travesía.
Aunque perderme el encuentro con Mailén fue un sinsabor, no tuve demasiado tiempo para lamentarme. Esa misma tarde nos embarcamos en un catamarán con destino al que es, junto con los imponentes macizos de roca que dan nombre a la reserva, el principal atractivo de Torres del Paine: el Glaciar Grey.
Mi anfitriona en este tramo de la visita fue la entrañable Selva Díaz, quien durante su infancia y adolescencia tuvo el privilegio de vivir a los pies del glaciar. Mientras nos adentrábamos en el lago, Selva me contó parte de su historia.
Selva Díaz
Su padre fue un estanciero a la vieja usanza, silencioso y solitario, capaz de pasar semanas enteras perdido en la inmensidad de este territorio. A pesar de su rigor, fue un hombre especial, sabio, que explicaba el mundo a través de la naturaleza, los bosques, los insectos.
Algunos kilómetros antes de llegar a nuestro destino final, atracamos en Refugio Grey, el lugar preciso donde Selva escribió los primeros capítulos de su historia. Junto a uno de sus hijos, recorrimos lo que alguna vez fue la estancia de su familia.
Mientras nos internábamos en la espesa vegetación, Selva relató que su abuelo fue una de las primeras personas en llegar a este apartado rincón del país. La Reforma Agraria, impulsada por el gobierno de Salvador Allende, fue un mazazo para ella y sus parientes, quienes debieron abandonar este paradisiaco territorio luego de ser expropiado por el Estado. Su vida, dijo emocionada, nunca más volvió a ser la misma.
Nos despedimos de Selva y retomamos la ruta hacia el glaciar. A medida que nos acercábamos, el catamarán debió sortear gigantescos y azulados témpanos de hielo. Contemplar este espectáculo natural me produjo sentimientos encontrados.
A pesar de su belleza, el que naveguen a la deriva es consecuencia directa de los efectos del cambio climático. Esa misma mañana, me comentó uno de los tripulantes, se había desprendido un trozo de hielo de casi ocho hectáreas de superficie.
Kayak en el Glaciar Gray
Al llegar al glaciar, fue inevitable pensar en la fragilidad de este colosal paraíso. Un territorio de una belleza inigualable, pero cuyo porvenir, como el de muchos lugares del planeta, pende de un hilo. Su futuro, lamentablemente, no está en nuestras manos.
Sólo una política global de gran alcance, que se sustente en hechos concretos y no en panegíricas proclamas, donde las potencias se comprometan sinceramente a actuar a favor del medioambiente y no en sus propios intereses, puede revertir un panorama tan oscuro como incierto.
Enfrentar la colosal fuerza de la naturaleza descendiendo una cascada de casi 100 metros de altura. Ese fue el objetivo que nos planteamos junto al equipo de Lugares que Hablan al visitar Yungay.
Situada en la pre cordillera de la nueva región de Ñuble, esta comuna, que en lengua quechua quiere decir “mi valle templado”, forma parte de un territorio cuya accidentada geografía ha sido moldeada por antiguas erupciones volcánicas.
La concentración de ríos, esteros, saltos y caídas de agua es tan alta, que incluso el diseño de su escudo municipal está dominado por torrentosos cauces de intenso color azul.
Mapa de Yungay
El Itata fue el destino que escogimos para dar comienzo a esta extraordinaria ruta de los saltos. Ubicada a 18 kilómetros del pueblo de Yungay, esta monumental caída de agua 75 metros es la puerta de entrada a la comuna y, qué duda cabe, uno de sus principales atractivos turísticos.
Durante los meses de invierno y hasta comienzos de la primavera, esta cascada mantiene un torrentoso caudal, cuya fuerza se percibe a varios metros de distancia.
Saltos del Itata
Allí fui recibido por Elsa Ortiz y María Medel. Junto con otros vecinos, desde hace cinco años administran este lugar, considerado el patrimonio natural más emblemático de la comuna.
Se trata de un modelo de turismo comunitario, me explicaron, donde sus miembros están a cargo del control de ingreso, la limpieza y el cuidado del recinto. Al ser un bien público, la entrada es gratuita, por lo que las ganancias se obtienen de la venta de productos como tortillas, mote con huesillos y calzones rotos.
Elsa Ortiz, junta de vecinos Ranchillo Bajo
Elsa y María me llevaron hasta un mirador desde donde tuve una impresionante panorámica del Itata. Allí estaban Miguel Martínez y Carlos Gallardo, dos emprendedores de la comuna, quienes desde algunos años trabajan intensamente para posicionar turísticamente a la comuna.
Medio en serio, medio en broma, les pregunté si existía la posibilidad de bajar hasta la cascada para sentir la fuerza del agua. Después de meditarlo durante algunos minutos, el grupo accedió a mi petición.
Carlos Gallardo, profesor de educación física
Así fue como, después de avanzar entre enormes y resbaladizas rocas, llegamos hasta la base de la cascada. El rocío era tan intenso, que tuvimos que envolver los equipos en bolsas de plástico para que no es estropearan.
Pero estar detrás de la cortina de agua, sintiendo su colosal fuerza, con el inmenso valle que se abría frente a nuestros ojos, bien valió el riesgo. Mientras regresábamos a la “zona seca”, los guías me comentaron que en la comuna existen 13 saltos de similares características, entre ellos la “Cascada del León”.
Cuando les pregunté si era posible bajar hasta su base haciendo rapel, Miguel y Carlos se miraron en silencio. No es fácil, dijo Miguel. Pero si estás seguro, complementó Carlos, podemos intentarlo. Fijamos el reto para nuestro último día en la comuna.
A la mañana siguiente, nos internamos en los valles cordilleranos de Yungay para descubrir otro de sus monumentales tesoros. Con más de 80 metros de altura, “Aguas Blancas” es uno de los saltos más sorprendentes del río Cholguán. Situado entre bosques y quebradas, este atractivo natural es prácticamente desconocido por los turistas y sólo es posible llegar en compañía de la gente local.
Después de una hora de trayecto, llegamos hasta el sector de Santa Lucía Bajo. Allí me esperaban los “Peucanos de la Alta Montaña”, quienes serían nuestros guías en esta segunda jornada. Esta agrupación, conocida en toda la comuna por su espíritu alegre y solidario, está conformada por hombres y mujeres que se dedican a la ganadería.
Miriam Tapia, Peucana de Alta Cordillera
Rigoberto Burgos y Edison Sepúlveda nos recibieron con la calidez característica del sur de Chile y, luego de conversar algunos minutos, me invitaron a conocer a los otros miembros de la asociación. Casualmente, ese día los “Peucanos” debían cruzar sus animales hasta la otra ribera del río.
Para llevarme hasta el salto, me indicaron, primero tendríamos que ayudarlos con el vadeo. No se trataba de algo sencillo. Como el Cholguán es un río altamente torrentoso, me explicó Rigoberto, la única forma de cruzarlo era utilizando una estrecha pasarela colgante, la que apenas resistía el peso de un animal. Además de paciencia, agregó Edison, había que tener buenos pulmones para gritarle a las bestias.
Mientras nos preparábamos, un camión de carga se estacionó a escasos metros de nuestra posición. De la cabina bajó don Roque Silva, uno de los Peucanos más queridos de la agrupación, quien estaba a cargo de acercar los animales de las zonas más lejanas hasta el lugar donde se realizaría la faena.
Don Roque, Peucano de Alta Cordillera
Entrador, espontáneo, divertido, Don Roque me contó algunos de hitos de su vida. Cuando todavía no cumplía los 10 años, sufrió una descarga eléctrica que obligó a los médicos a amputar su brazo izquierdo y cuatro dedos de su mano derecha.
Tan grave fue el accidente, me dijo, que tardó más de un año en volver a caminar. A pesar de las dificultades, don Roque se empeñó en salir adelante e hizo de todo para ganarse la vida. Un día lo despidieron y se vio no tuvo más remedio que reinventarse.
Siempre había querido dedicarse a conducir camiones. Pero por su situación, ese sueño parecía imposible. Un amigo muy querido, me dijo, lo convenció de que con esfuerzo y pasión cualquier meta podía cumplirse.
Conversando con don Roque
Él mismo se ofreció a enseñarle e incluso le facilitó su caminó máquina para que practicara. Este gesto de confianza fue clave para hacer realidad ese anhelo. Hoy, don Roque tiene su familia y se dedica a realizar fletes en su propio camión.
Después de cumplir nuestra parte del trato, los Peucanos me llevaron hasta la casa de la señora Berta Saldía, dueña del predio por donde se accedía al misterioso salto. Con su autorización, comenzamos una extensa y dura caminata por un empinado sendero que duró casi dos horas.
Berta Saldías, habitante sector Río Cholguán
Cuando las energías comenzaban a flaquear, de pronto, frente a mis ojos apareció la imponente cascada. Aunque mis expectativas eran altísimas, la realidad fue mucho más generosa, La fuerza de torrente era tan potente, que apenas podíamos escuchar nuestras voces.
Trekking camino al Salto de Aguas Blancas
Mientras regresábamos, don Roque me habló de Hugo Rivera, un integrante de los Peucanos que, debido a su delicado estado de salud, no había podido estar presente en la actividad.
Hugo era un intrépido domador de toros, conocido en todo Chile por su valentía y aplomo para amansar a las bestias. Le pregunté a los arrieros si era posible visitarlo antes volver a Yungay. Por supuesto, respondieron mis amigos.
Salto de Aguas Blancas
Don Hugo nos recibió emocionado. Sabía de nuestra visita a la zona y se lamentaba por no haber podido participar. La diabetes, me comentó, le había causado múltiples problemas, entre ellos la pérdida de la visión, lo que le impedía desarrollar su pasión: la domadura de toros.
Los Peucanos no perdieron tiempo y comenzaron a preparar un asado de vacuno. Mientras tanto, don Hugo compartió conmigo varios videos donde aparecía junto a los sus queridos animales, amansándolos, montándolos e incluso haciendo piruetas sobre sus portentosos lomos.
Don Hugo Rivera, Peucano de Alta Cordillera
Cuando le pregunté cómo aprendió este oficio, el domador me dijo que siendo niño desarrolló una extraña conexión con los toros que hasta el día hoy se mantiene intacta.
La tarde, como deben suponer, terminó con música, baile y sentidos brindis por Hugo y su pronta recuperación.
Al día siguiente, bien temprano en la mañana, comenzamos nuestra última jornada en Yungay. Después de haber visitado los saltos más importantes de la comuna, llegaba el momento de cumplir con el desafío que nos propusimos al visitar este hermoso lugar: descender el temido Salto “El León”.
La localidad de Ranchillo Alto fue el punto de encuentro con Miguel y Carlos. Al llegar, mis amigos tenían preparados los equipos e implementos con los haríamos el rapel en la cascada. Estaba nervioso y expectante.
Salto del León, comuna de Yungay
Nos adentramos en un predio y remontamos el estero las Chilcas, donde se encuentra “El León”. En el camino, Carlos, que es profesor de educación física, me contó que su mayor referente era su hermano mayor, quien a los 16 años había fallecido ahogado en uno de los ríos de la comuna, luego de partirse la cabeza con una roca.
Impulsar la actividad física en los niños y adolescentes, me explicó, fue la manera que encontró para homenajearlo y mantenerlo vivo en su memoria. Cada vez que hago actividades como éstas, me dijo, me acuerdo de él.
Lo primero que se viene a mi mente apenas activo el recuerdo de mi experiencia con el Salto “El León” es el agua, fría y furiosa, golpeando mi casco protector y escurriendo profusamente por mi cara.
Bajando el Salto del León
También está el ruido, un ruido seco y ensordecedor, como el de una lluvia infinita invadiendo por todos los frentes, sólo interrumpido por mis nerviosos jadeos. Recuerdo también las instrucciones de Carlos y Miguel, sus gritos de aliento, pero, por sobre todo eso, el enorme vacío que se abría cuando miraba hacia abajo.
De los 97 metros que separan el corte de piedra a la base de la cascada, alcancé a descender casi la mitad. Aunque me sentía confiando, mis amigos, por mi seguridad, me recomendaron detener la operación.
Cascada del León
No sentí frustración ni nada parecido. Porque, después de todo, el objetivo de nuestro viaje se cumplió apenas comencé a descolgarme. Fue en Yungay donde sentí por primera vez la verdadera fuerza de la naturaleza presionando mi cuerpo y demostrándome que, frente a su colosal poder, no somos más que frágiles gotas que se pierden en el vacío.
Con los volcanes Mocho y Choshuenco como dominadores de un paisaje cuya belleza escénica estremece, el lago Riñihue es uno de los destinos más sorprendentes de la zona precordillerana de la Región de Los Ríos. Situado en la comuna de Panguipulli, es la última estación de un alambicado complejo lacustre conocido popularmente como los “Siete Lagos”.
Puente Malihue
Junto al equipo de Lugares que Hablan nos propusimos recorrerlo íntegramente, comenzando en su desembocadura en el río San Pedro, hasta llegar a su afluente principal, el Enco, un pequeño y desconocido río donde el tiempo pareciera haberse detenido. Una travesía emocionante, llena de anécdotas, que quiero compartir con ustedes.
El Riñihue y toda la zona que lo rodea es un territorio puro, prístino y con una historia realmente magnífica. Algunos de sus capítulos, los más recientes, fueron escritos hace tan sólo algunas décadas y aún es posible conocerlos en voz de sus protagonistas.
Pero hay otra parte de esa historia, muchísima más antugua, que se remonta a decenas de millones de años y que, gracias al esfuerzo mancomunado entre un grupo de científicos y la comunidad local, hoy comienza a revelarse al mundo.
Fósil de hoja carbonizada
Herman Peña es ganadero y agricultor. Toda su vida la ha desarrollado en una de las riberas del San Pedro, río donde desagua el Riñihue. Conocedor como pocos de este hermoso afluente, en 2015 encontró una piedra que, en una de sus caras, tenía tatuada una hoja. Literalmente. Aunque en ese momento ignoraba la trascendencia de su hallazgo, intuía que lo que tenía en sus manos era algo importante, que merecía ser estudiado.
En la Universidad Austral de Valdivia lo recibió Ana Abarzúa, académica y presidenta de la Asociación de Paleontología de Chile. La investigadora no necesito demasiado tiempo para concluir que la piedra de Peña no era una piedra, sino un fósil. Después de una serie de estudios, la científica y su equipo comprobaron que se trataba de una hoja carbonizada de más de ¡23 millones de años!
Ana Abarzúa, paleontóloga Universidad Austral
Junto Ana y Herman, navegamos las tranquilas aguas del San Pedro para conocer el sitio exacto donde fue el hallazgo. No se trataba de un lugar cualquiera, me explicó la paleontóloga durante el trayecto. A diferencia de otros, este río corta la roca, dejando expuesta una formación conocida como “estrato”.
Estos estratos, dijo, están llenos de hojas que contienen una invaluable información que permite dar luces sobre cómo era el clima, la geografía y la vida en general del pasado.
Después de casi una hora de recorrido, donde tuvimos que adentrarnos y remontar un estrecho y corrientoso estero, atracamos frente a una cueva. Ana y su equipo aprovecharon la expedición para tomar muestras que más tarde estudiarían en los laboratorios de la Universidad Austral. Mientras limpiaba el terreno, la investigadora me explicó que, hasta ahora, han identificado 60 tipos hojas en casi 700 fósiles.
Cueva y fósiles en Valdivia
Todo este trabajo, sin embargo, hoy se encuentra en seriamente amenazado. Desde 2007, la empresa Colbún ha presentado numerosos proyectos para levantar una central de paso en una zona aledaña al Río San Pedro. Aunque hasta el momento sus esfuerzos no han prosperado, me explicó Ana, una eventual aprobación provocaría un impacto irreversible en todo el territorio.
Después de conocer a Herman, Ana y los increíbles tesoros del San Pedro, nos adentramos en el Enco, uno río de apenas 11 kilómetros de longitud, pero cuya historia reciente está estrechamente ligada a los pocos habitantes que aún viven junto viven en su ribera. Allí, por donde antes pasaban balsas con madera, hoy lo hacen embarcaciones con turistas que admiran la belleza de este lugar.
Río Enco
Hasta hace no mucho tiempo, el motor productivo de esta zona fue la industria forestal. Entre 1971 y 1988, el Complejo Forestal y Maderero Panguipulli administró cerca de 360 mil hectáreas, generando empleo para más de dos mil personas.
Fueron más de 3600 familias dispersas en 21 localidades, verdaderos pueblos que contaban con todo tipo de servicios, como almacenes, escuelas y maestranzas. Con el cierre de la empresa, las familias debieron salir y buscar un futuro en otras zonas de la región.
Navegando el Río Enco
Así, el Enco fue llenándose de polvo hasta pasar al olvido. Sin embargo, desde hace algunos años un grupo de vecinos decidió recuperar la historia del que fue su hogar. Y lo hicieron a través del turismo. Cristián Espinoza, un emprendedor local, descubrió que el río reunía las condiciones para desarrollar actividades como rafting y kayak. Lentamente, este lugar fue ganando popularidad y hoy es un destino recurrente para los amantes de este tipo de deportes.
Junto a Cristián y un grupo de ex vecinos desafiamos las caudalosas aguas del Enco que, dicho sea de paso, es el conector natural los lagos Panguipulli y Riñihue. Víctor Rivas, otrora administrador la maestranza del pueblo, fue mi compañero en esta aventura. Volver a navegarlo fue una experiencia emocionante, cargada de nostalgia, que le permitió revivir una de las mejores épocas de su vida.
Víctor Rivas, trabajó en el complejo maderero de Panguipulli
Nuestro último destino fue el Riñihue. Mucho antes de convertirse en uno de los balnearios más exclusivos de la región de Los Ríos, con hermosas casas de veraneo que adornan su ribera, durante décadas este lago estuvo prácticamente despoblado. Sólo existía una comunidad, Flor del Lago, que, a pesar de la debacle de la industria forestal, logró sobrevivir y hoy busca germinar a través del turismo.
Flor del Lago
Los hermanos Samuel y Óscar Elgueta me recibieron en la playa de Flor del Lago. Con ellos recorrí el balneario y participé de la construcción de un portal de piedra con el que los vecinos buscan atraer a los visitantes que durante los meses de verano se dejan caer en masa.
Samuel Elgueta
Mientras trabajábamos en la obra, sus habitantes me hablaron de sus sueños y esperanzas. También me contaron lo difícil que ha sido para ellos resistir la tentación de vender sus terrenos a la industria inmobiliaria.
Después de inaugurar el portal, Samuel mi invitó a compartir con su familia. Viviana, su esposa, me recibió con calidez y hospitalidad. Me contó que, a pesar de tener tan sólo 34 años, ya tenía una nieta, a quien cuidaba con devoción. Allí también conocí a Sarita, la hija menor del matrimonio, una adorable niña de seis años cuyo sueño era ser exploradora.
Junto a ella y al resto de la familia, navegamos el Riñihue para conocer otro de los tesoros de este lago: la “Meada de la Yegua”, un impresionante salto de agua que me estremeció por su belleza y que fue el corolario de mi hermosa aventura por esta mágica zona de la región de Los Ríos.
No me canso de repetirlo: Chile esconde tesoros en todos los rincones de su extenso territorio. Independiente de las veces que visites un lugar: siempre puedes descubrir algo nuevo que hará de tu estadía una experiencia diferente.
Justamente eso fue lo que viví en mi último viaje en la región del Maule. Junto al equipo de “Lugares que Hablan” nos planteamos un objetivo distinto: retratar la geografía humana que da vida e identidad a este tradicional territorio de la zona central.
Una travesía en la que prescindiríamos de volcanes, bosques milenarios y glaciares, pero que a cambio nos permitiría descubrir otro tipo de riqueza: ¡su gente!, que no olvida a quienes hicieron productiva esta tierra antes que ellos.
Nuestra búsqueda comenzó en la comuna de Parral, específicamente en Mantual, lugar donde se produce la mayor cantidad de arroz a nivel nacional. En una zona de la agroindustria ha cambiado el paisaje y muchas de sus antiguas tradiciones, conocimos a un grupo de vecinos que aún practica la siembra de este cereal tal como lo hicieron sus antepasados, hace más de un siglo.
Leonardo Hernández y Edith Poblete fueron mis anfitriones. Junto a ellos, tuve la oportunidad de participar de una siembra comunitaria y conocer todo el proceso asociado a esta faena.
Leonardo Hernández, agricultor de Mantul
Mientras nos preparábamos para la actividad, Leonardo compartió conmigo parte de su pasado, una historia dolorosa que le ha tomado casi toda vida sanar. Me contó que, luego de la muerte de sus padres, llegó a Mantual a la edad de dos años y que creció bajo el cuidado de sus tíos.
Leonardo Hernández y Edith Poblete
A pesar del cariño prodigado por ellos, nunca pudo llenar el vacío de la pérdida. Comenzó a beber a muy temprana edad y tocó fondo hace un par de años, cuando sufrió un grave accidente mientras montaba su caballo bajo los efectos del alcohol.
Estuvo internado por más tres meses en un hospital, batiéndose entre la vida y la muerte. Esa traumática experiencia lo empujó a cambiar. Desde entonces, todos días lucha por mantener a raya sus impulsos.
Edith fue quien me guió durante la faena de siembra. Lo primero que tuvimos que hacer fue abrir la tierra con un arado impulsado por un caballo. Aunque a primera vista la actividad parecía sencilla, mantener al animal siguiendo una misma dirección no fue miel sobre hojuelas.
Terminada esa primera etapa, comenzamos con el “rastroneo”. Conocido también como el “mata sapos”, esta actividad consiste en machacar la tierra con los pies descalzos después de llenar de agua los surcos donde se depositan las semillas, que son lanzadas con al voleo con una poncha adosada al cuerpo. Sentir el lodo en mis pies fue una sensación maravillosa, que me transportó a los juegos de infancia al aire libre.
Este viaje al pasado no podía estar completo sin una trilla de arroz: una máquina estacionaria de 1959 y “Monchito”, un tractor comunitario que desde 1957 forma es fundamental en todas las faenas campesinas.
Dejamos Mantual y avanzamos en dirección oeste hacia nuestro siguiente destino: la comuna de Cauquenes, puntualmente la localidad rural de Pilén. Allí, tendría la fortuna de conocer otro tesoro de la zona. Pero uno de verdad, de carne y hueso.
Las “Loceras de Pilén” es una agrupación formada por 16 mujeres de esa localidad. Herederas de una técnica con más de dos siglos de historia, estas alfareras no sólo han preservado una de las expresiones culturales más emblemáticas de la región. Gracias a su talento y esfuerzo, también pusieron en el mapa a este pequeño caserío, convirtiéndolo en una zona de interés turístico.
Las Loceras de Pilén
Nuestro encuentro fue un predio cercano a Pilén. Allí, me esperaban Trinidad, Delfina y Benedicta, las artesanas más experimentadas del grupo quienes, a punta de picotas y machetes, extraen la materia prima con la que elaboran sus piezas.
Mientras escarbábamos la tierra en busca de la greda, Trinidad me explicó que, gracias a este oficio, muchas mujeres de Pilén han encontrado un sentido a sus vidas y también independencia económica, algo no muy usual en los campos de nuestro país.
Las “Loceras de Pilén” es un grupo diverso y abierto, con mujeres de todas las edades. Delfina es la mayor y, a sus 83 años, se siente completamente vigente. Bella, Carolina y Teresa, las más jóvenes, son las encargadas de transmitir su conocimiento a las nuevas generaciones.
Señora Trinidad, Locera de Pilén
El trabajo de las loceras sigue una técnica antiquísima, que prescinde de torno y otras herramientas para convertir la greda en hermosas piezas. Después de la extracción de la arcilla, el primer paso consiste en ablandar la tierra.
Para esto utilizan un combo de madera y un cernidor para filtrar el polvillo más puro. Con la masa blanda, las alfareras comienzan un largo proceso donde sus prodigiosas manos se convierten en finos cinceles. Para dar color a la pieza, las mujeres utilizan una tinta natural elaborada con tierra roja, la cual es reforzada con guano de animales mientras se exponen al fuego.
El invaluable talento de las esforzadas Loceras de Pilén tuvo su reconocimiento en 2012, cuando la UNESCO las declaró Tesoros Humanos Vivos, un galardón reservado exclusivamente para quienes conservan y promueven el patrimonio de nuestro país.
Loceras de Pilén trabajando la greda
Con el corazón lleno después de compartir con las Loceras de Pilén, seguimos recorriendo el Maule más profundo y desconocido. Quilicura, una pequeña localidad rural de la comuna de Pelluhue, fue el destino final de esta travesía, donde tuve la suerte de disfrutar de otro de sus tesoros: sus dulces y jugosas frutillas, consideradas una de las mejores de nuestro país.
Luis Manriquez, agricultor de Quilicura
Eliseo, Pedro, Marianela y Luis Manríquez fueron mis anfitriones en una minga de siembra, donde participaron todos los vecinos de Quilicura. Mientras picoteábamos la tierra, me contaron que la producción de este fruto comenzó hace un par de décadas, cuando una mujer de Melipilla, de visita en la región, recorrió los campos ofreciendo frutillas.
Pedro Muñoz, agricultor de Quilicura
El padre de Luis vio ahí una gran oportunidad y el resultado está a la vista. Hoy quieren que las frutillas que producen tengan denominación de origen.
Marianela Leal, agricultora de Quilicura
Pero producir frutillas en Quilicura no simple. Además de la prolongada sequía que afecta ésta y otras regiones del país desde hace décadas, los agricultores deben controlar las heladas de la costa. Por eso, apenas terminan de sembrar, las plantaciones son cubiertas por mantas de plástico, que regulan la temperatura y también aprovechan el agua de la vaguada costera.
Cosecha de frutillas en Quilicura
Cuando pregunté cuál era el secreto que hacía de estas frutillas un producto tan demandado tanto en Chile como en el extranjero, los agricultores me llevaron hasta un escondido manantial, un verdadero oasis escondido entre los cerros. Esa agua, cristalina y pura, me explicaron Luis y Marianela, era la respuesta a mi pregunta.
Al regresar al campo donde se realizaba la siembra, la comunidad nos esperaba con una serie de preparaciones para que pudiéramos disfrutar de su tesoro más preciado. Un merecido premio después de la exigente faena.
Las frutillas más ricas de Chile
Apenas introduje una frutilla en mi boca, comencé a sentir un dulzor intenso y envolvente. Su textura aterciopelada acarició mi paladar y su jugo, suave, espeso, refrescó mi garganta. El pulgar del Catador carecía de todo sentido. Las de Quilicura son las mejores frutillas que he probado en mi vida.
Regresamos a Santiago con una sensación distinta. Como les comenté al principio, en Chile los tesoros no sólo se esconden en la naturaleza. El alma de nuestro país reside en su gente que, con esfuerzo y pasión, cubre de humanidad nuestra larga y angosta faja de tierra.
Puede que su nombre no les resulte familiar, pero Taltal es uno los lugares más bellos del norte de Chile. Tuve la suerte de visitarlo en 2019 y mi experiencia, créanme, fue sencillamente extraordinaria.
Ubicada 230 kilómetros al sur de Antofagasta, la capital regional, esta pequeña y apacible ciudad costera, de poco más de 12 mil habitantes, goza de un clima generoso, hermosas playas, cielos prístinos y, por si fuera poco, un asombroso patrimonio cultural, con más de ocho mil años de historia.
Mapa de Taltal
Mis tres días en esta zona, que hasta antes del Guerra del Pacífico era el límite fronterizo con Bolivia, fue un viaje lleno de sorpresas, aprendizajes y aventuras, que quiero compartir con ustedes en esta crónica.
Lo primero que deben saber de Taltal es que hace aproximadamente ocho mil años por sus bellas playas circularon los changos, un pueblo de pescadores nómades, cuya historia está tatuada en las las quebradas cercanas al pueblo, hasta donde se dirigían para intercambiar productos con otras comunidades del interior.
Aunque los vestigios de ese período son escasos, sus habitantes, principalmente los más jóvenes, se identifican con esa cultura y, con el paso de los años, han aprendido a apreciar su invaluable legado.
Una de esas personas es Diego Cortez, un joven taltalino que, luego de cursar sus estudios universitarios en Antofagasta, decidió regresar a su tierra con el sueño de convertir Taltal en un destino turístico a partir del rescate y promoción su valioso patrimonio cultural.
Diego Cortez, guía turístico de Taltal
Con ese objetivo en mente, desde hace seis años realiza expediciones en las profundidades del Médano, un complejo de estrechas quebradas donde, como ya les comenté, los changos algunos vestigios de su historia.
Diego me llevó hasta el punto que concentra el mayor número de pictogramas. Fueron cerca de dos horas de exigente caminata, primero bajo una densa neblina, conocida popularmente como la camanchaca, y luego bajo un sol aplastante.
Pictogramas de Taltal
No bien llegamos a nuestro destino, mi asombro fue mayúsculo. Imaginen estar encajonado entre enormes rocas con cientos de cetáceos, lobos de mar, peces, tortugas y camélidos del altiplano circulando frente a tus ojos.
Diego me explicó que allí no sólo se producía el intercambio de productos entre los changos y los pueblos del interior. También era un centro ceremonial. Aunque su data no estaba confirmada, se cree que las figuras tienen, por lo menos, 1500 años de antigüedad.
Pancho Saavedra observando los pictogramas de Taltal
Casi tan sorprendente como los dibujos es el hecho de que, a pesar de su enorme valor histórico, son muy pocos los estudios que se han realizado en esta zona, por lo que su protección es inexistente. Justamente por eso el esfuerzo de Diego es fundamental. Gracias a su trabajo, este sitio se ha ido posicionando lentamente como un polo de interés científico.
Pero si hablamos de esfuerzo, la historia de Érika Donaire y su comunidad es digna de destacar. En Cachina, una localidad enclavada en los pies de la Cordillera de la Costa, sus habitantes decidieron torcer la implacable sequedad del desierto haciendo de la agricultura su principal fuente de ingresos. ¿Saben cómo lo lograron? Pues, cosechando las nubes.
Erika Donaire
Dice Érika que el aceite de oliva que se produce en su comunidad no sólo es de primer nivel, sino también único. Su afirmación, lejos de ser antojadiza, es ciertamente objetiva.
No son muchos los lugares en Chile donde el agua con el que se riegan los campos se obtiene gracias a los atrapanieblas, un ingenioso sistema de captación que, mediante mallas raschel dispuestas en zonas alturas, aprovecha la vaguada costera para nutrir de vida los árboles y las hortalizas que allí también cultivan.
Mientras cosechábamos aceitunas, Érika me contó que, durante muchos años, los terrenos de la comunidad sólo sirvieron para acumular basura. Todos los días llegaban camiones a descargar toneladas de desperdicios. La frustración de Érika era profunda, pero no había mucho que hacer al respecto.
Salvo ella, a nadie parecía importarle demasiado lo que pasaba en La Cachina. Un día, sin embargo, Érika comenzó a fantasear con la idea de convertir ese vertedero en campos de cultivo. Al comienzo, sus vecinos no se mostraron convencidos. Que esa pampa desolada llena de escombros pudiera dar frutos era una locura. Pero Érika sentía que no estaba equivocada. Sabía que de algún modo su sueño se podía hacer realidad.
Junto a técnicos de la municipalidad, Érika comenzó a aterrizar su idea. Fueron varios años de ensayos y pruebas hasta que un día un agrónomo interesado en su caso les propuso instalar atrapanieblas. El resto es historia.
Junto a Érika y el resto de la comunidad, recorrí la planta de procesamiento y también probé su producto. Su sabor era suave, fino, delicioso, al igual que su aroma. Antes de salir, me vi en la obligación de corregir a mi anfitriona. Estaba equivocada. Mirándola con seriedad, le dije que su aceite no sólo era único por la forma en que era elaborado.
Planta de procesamiento de aceitunas
Lo que lo hacía realmente distinto su producto a del resto, era la pasión con el que ella y sus vecinos lo fabricaban. Cada botella etiquetada era una lección de valentía y coraje. Después de todo, para florecer el desierto no sólo se necesita agua, sino también amor, esfuerzo y entereza.
Aceite de Oliva doña Ana
La misma pasión es la que moviliza a Susana Rubio, una de las profesoras de la Escuela Paranal de Papaso, localidad costera ubicada casi una hora del centro de Taltal, y a quien conocí en mi segundo día en esa comuna.
Oriunda de la región de O’Higgins, la “Tía Susi”, como cariñosamente es conocida por todos, llegó hace más de una década hasta ese perdido pueblito nortino para cumplir con su vocación de educadora por un tiempo acotado y que, por esas cosas del destino, terminó echando raíces para siempre.
Profesora Susana Rubio
Amante de la naturaleza y de la vida silvestre, Susana implementó un programa de educación ambiental con los niños de la escuela que consiste en preservar las especies florales, muchas de ellas en peligro de extinción, que crecen en los alrededores del pueblo.
Con más entusiasmo que recursos, junto a los otros profesores levantaron un invernadero donde los alumnos cultivan las flores que meses más tardes trasplantan en los agrestes cerros que encajonan la bahía. Este proyecto, cuyo nombre es “Forjadores”, ha sido un excelente estímulo no sólo para los menores, quienes han aprendido a valorar y cuidar el entorno en el que viven.
Invernadero escuela Taltal
Susana y sus alumnos me invitaron a recorrer los cerros de Paposo para conocer parte de su flora endémica. En un mirador conversé con Valentina, una encantadora niña cuyo gran sueño, como el de muchos chicos de su edad, era volar.
Mientras contemplábamos el paisaje, recordé que tiempo atrás en Antofagasta había tenido la oportunidad de surcar los cielos nortinos montado en un parapente. Sin que se diera cuenta, me acerqué a sus padres y les pregunté si estaban dispuestos a permitir que su hija hiciera realidad ese anhelo. Como era de suponer, me pidieron un tiempo para pensarlo.
Valentina Salas
A la espera de su decisión, junto al equipo nos trasladamos hasta Tatal para conocer a uno de sus personajes más emblemáticos. El “Rubio Pepe” es pescador, mariscador y un excelso buzo, con más de 30 años de trayectoria en caza submarina. En una zona donde este desconocido deporte es casi tan popular como el fútbol, este extrovertido taltalino es todo un referente.
Pero su admiración no sólo tiene que ver con el hecho de haber sido campeón nacional y haber representado a nuestro país en importantes torneos internacionales, sino también porque gracias a sus consejos y enseñanzas, muchos jóvenes han encontrado en esta disciplina la oportunidad perfecta para trazarse objetivos, metas y, lo más importante, salir adelante.
José Gómez, buzo y pescador de Taltal
Mi encuentro con Pepe fue en pleno océano. Ese día, entrenaba junto a Katherine, una de sus hijas, quien ha seguido sus pasos y, en la actualidad, es una de las mejores exponentes de la caza submarina en nuestro país. Nuestra visita se produjo días antes del campeonato nacional de caza que, coincidentemente, se iba a realizar en Taltal.
Katherine Gómez, experta en pesca submarina
El Rubio estaba emocionado. Que nos diéramos el tiempo de escuchar su historia, fue un premio a su esfuerzo y compromiso con los jóvenes de Taltal. Que su trabajo se diera a conocer a través de la televisión era lo mínimo que podíamos hacer por él.
Semanas después de conocerlo, Pepé me llamó para compartir una gran noticia: su hija había ganado el campeonato nacional y, con ello, el derecho de representar a Chile en un torneo en Italia.
Padre e hija
Después de que los padres de Valentina me dieron el visto bueno para la sorpresa, me puse en contacto con Óscar, el instructor de vuelo con el que en 2015 sobrevolé la Portada de Antofagasta en parapente. Aceptó gustoso mi invitación. Hizo un espacio en su agenda y, a la mañana siguiente, figuraba conmigo en la entrada de la casa de Valentina.
Aún recuerdo el brillo en los ojos de Valentina cuando supo que iba a cumplir su más preciado sueño. Fue un momento mágico, tanto como cuando la vi saltar junto Óscar desde el mirador, para luego contemplar su grácil vuelo justo en el momento en que el sol comenzaba a esconder en el mar.
Visitar Taltal fue una experiencia estimulante, llena de anécdotas e historias que voy a llevar conmigo siempre. Esta aventura volvió a demostrar que Chile es un país de una extraordinaria riqueza geográfica, cultural, pero por sobre todo humana.
Un vuelo inolvidable
Ah… y lo más importante: que, con pasión y ganas, los sueños se pueden hacer realidad. Sólo hay que atreverse.
Un poco más de dos horas separan Santiago del Valle de Aconcagua, un territorio enclavado en la zona precordillerana de la región de Valparaíso y que desde hace décadas enfrenta una de las sequías más duras del último siglo.
Se trata de un territorio de tradiciones centenarias, que conserva oficios y costumbres que datan de la época de la Colonia, y donde han sido sus propios habitantes quienes, conscientes del invaluable patrimonio de su historia, se han organizado para preservarlas.
Pancho Saavedra en Putaendo
Mi primera parada fue en Putaendo, conocido como “el primer pueblo de Chile”. La historia dice que por sus pasajes circuló el Ejército Libertador, comandado por José de San Martín y Bernardo O’Higgins, en lo que fue la antesala de los últimos enfrentamientos que culminarían con la Independencia de nuestro país.
Allí, una vez a la semana, los comerciantes sacan sus productos de las tiendas y se instalan en las calles. Es un momento de celebración, con música en vivo y gastronomía típica que puedes disfrutar al aire libre.
Después de disfrutar de un gran momento de espontaneidad y alegría, nos alejamos algunos kilómetros del pueblo hasta llegar hasta el taller de Gerardo Astudillo, un hombre de 66 años, que en “el primer pueblo de Chile” encontró su lugar en el mundo.
Don Gerardo Astudillo, emprendedor de Putaendo
Sencillo y hospitalario, este carpintero se dedica a fabricar juguetes de madera y es conocido en todo el país por sus marionetas, verdaderas piezas de artesanía, que evocan un pasado donde la diversión estaba en tus manos y no frente a una pantalla.
Marioneta de Pancho Saavedra
Gerardo compartió conmigo parte de su historia. Nacido en Santiago, su niñez estuvo marcada por la muerte de sus padres cuando apenas tenía 11 años. Obligado a madurar de golpe, durante mucho tiempo debió cargar una pesada mochila, que sólo logró despojarse cuando descubrió este lugar, que con esfuerzo y entusiasmo convirtió en su hogar. Hoy, este artesano es un hombre pleno, que no necesita de grandes lujos para ser feliz.
Ese mismo día viajamos hasta Curimón, una localidad rural de la comuna de San Felipe. Allí tuve el privilegio de conocer a Arcadio Rodríguez, don Cato, un infatigable maestro que, a sus 72 años, es una de las pocas personas en Chile que maneja las técnicas tradicionales de construcción en barro.
Arcadio Rodríguez, don Cato
La experiencia de Don Cato ha sido clave en el proceso de restauración de una casa patrimonial de más de 200 años, un lugar que atesora gran parte de la historia de este valle.
No sé si ya les he comentado antes, pero cada vez que terminamos una intensa jornada de grabación, con mi amiga Catador y el resto del equipo tenemos la sana costumbre de endulzar nuestro paladar con el brebaje más típico del lugar que visitamos. Y en Aconcagua no fue la excepción. Un vecino nos dijo que en San Felipe se preparaba la chicha más republicana de Chile y que, como ejemplares ciudadanos, era nuestro deber degustarla.
Nos trasladamos entonces hasta el sector del Almendral, donde conocí a José Toro, quien desde hace ocho años prepara la bebida oficial con la que el Presidente de la República da el vamos a la Parada Militar.
Don Toro y su famosa chicha
Mientras probábamos y probábamos y probábamos este dulce elixir, don José me contó que fue su padre quien comenzó con este negocio hace más de cuatro décadas y que actualmente es él y sus hijos los encargados de mantener viva esta tradición.
A la mañana siguiente, antes que el sol asomara, salimos para cumplir uno de los desafíos más importantes de este viaje: llegar hasta el Valle El Juncal, un territorio rebosante de vida. Allí, numerosos arroyos alimentan extensos humedales, que son hábitats de numerosas especies nativas.
También hay glaciares de hielo y roca, entre otros impresionantes atractivos naturales. Pero antes, teníamos que hacer frente a otro reto: adentrarnos en la cordillera y cabalgar por la Serranía del Ciprés hasta alcanzar una escarpada quebrada donde hay ejemplares de este árbol con más de 1.800 años de vida.
Llegar hasta ese maravilloso rincón de esta reserva, declarada Santuario de la Naturaleza en 2006, fue exigente y agotador, pero el esfuerzo bien valió la pena.