Junto al equipo de Lugares que Hablan decidimos regresar a uno de los destinos más bellos de la región de Los Ríos: la exuberante comuna de Panguipulli.
En un territorio dominado por majestuosos lagos e imponentes volcanes, fuimos en busca de un grupo de habitantes cuyas historias tenían un denominador común: los sueños.
Allí, perdidos entre milenarios bosques y nevadas cumbres, tuvimos el privilegio de acompañarlos en esos momentos, únicos e irrepetibles, donde lo que parece imposible de pronto se convierte en realidad. Un viaje trepidante, lleno de emociones, que quiero compartir con ustedes en esta crónica.
En mi primera visita a la comuna, por allá en 2014, escuché hablar de un hermoso proyecto educativo llamado “Entre Montañas”. Se trataba de una orquesta juvenil, conformada por estudiantes de enseñanza básica de las escuelas más apartadas de Panguipulli.
Como en aquellos años la iniciativa recién comenzaba a dar sus primeros pasos, no pudimos registrar esa experiencia. Por eso, apenas pusimos nuestros pies en la comuna, nos dirigirnos hasta la escuela municipal de Neltume, lugar donde los niños se reúnen a ensayar todas las semanas, para conocer a sus protagonistas.
Al entrar al establecimiento, me encontré con decenas de niños yendo de un lado a otro con sus pesados instrumentos. En muchos casos, los chelos y violonchelos superaban en tamaño a propios intérpretes.
Felipe Alvarado, el director de la orquesta, me explicó que la agitación se debía a que esa misma tarde la orquesta tenía programada una presentación en el Cóndor Andino, un hermoso mirador de la reserva Huilo Huilo.
Mientras intentaba organizar al numeroso contingente de pequeños artistas, con Felipe conversamos sobre este proyecto y su principal misión. Más que formar músicos, me explicó, lo que buscaba “Entre Montañas” era entregar a los niños herramientas que les permitieran mejorar su autoestima y ampliar su horizonte.
También me comentó que, desde 2015, por la orquesta habían pasado decenas de estudiantes y que algunos tenían la firme intención de seguir una carrera artística en el futuro.
Entre los niños que iba a presentarse esa tarde, Felipe me habló de Catalina Caliqueo, una niña de 10 años que vivía en un sector apartado de Neltume y que justamente ese día tendría su debut. Junto al equipo, decidimos ir a visitarla antes de la presentación.
En su casa, fuimos recibidos por sus padres, quienes estaban más nerviosos que ella. En su familia, me explicaron, no había ningún músico. Por eso, el orgullo que sentían por su hija era tan grande.
A Catalina la encontré en su pieza, preparándose para su debut. Algo nerviosa, me dijo que lo que más anhelaba era que su abuelo la acompañara en su primer espectáculo. Le pregunte si podíamos ir a verlo. Me respondió que sí. Aunque también me advirtió que su lugar de trabaja estaba bien lejos.
Nos montamos en la camioneta de la familia y subimos hasta la cima de un empinado cerro, donde encontramos a Isaías, el abuelo de Cata, fabricando tejuelas con una vieja sierra metálica. No tardamos demasiado en convencerlo para que nos acompañara. Con el tiempo en contra, bajamos hasta Neltume. Al llegar a la escuela, nos subimos al bus que nos llevaría hasta el “Cóndor Andino”.
Apenas las primeras notas comenzaron a sonar, no pude evitar estremecerme. Ver a Catalina acariciar las cuerdas de su chelo fue algo realmente emotivo. A Isaías, que hasta ese momento ignoraba del talento de su nieta, se le llenaron los ojos de lágrimas. Sus padres, embobados, sonreían felices. Así, con gestos sencillos, se reacciona frente a un sueño que se hace realidad, pensé.
Una vez concluida la presentación, me acerqué a la familia de Cata y les agradecí por la oportunidad de haberme hecho parte de una experiencia que la familia atesoraría por siempre.
Inolvidable también fue mi segunda jornada en Panguipulli, donde conocí a los habitantes de Pirihueico, un enclave forestal ubicado en la ribera este del hermoso lago que lleva su mismo nombre y que se encuentra a escasos kilómetros de frontera con Argentina.
Se trataba de un día histórico para su puñado de habitantes. Por primera vez desde su fundación, el pueblo tendría electricidad, cortando así varias décadas de desconexión. Era, como más tarde me dijo Laura Gutiérrez, una vecina nacida y criada allí, un sueño a punto de convertirse en realidad. Y nosotros, así como había ocurrido con Catalina el día anterior, tendríamos el honor de estar presentes.
Pero llegar hasta esa perdido localidad no fue sencillo. Desde el pueblo de Panguipulli tuvimos recorrer aproximadamente 62 kilómetros hasta Puerto Fuy. Allí, abordamos un ferry que demoró casi dos horas llegar a la otra orilla del Pirihueico.
Contemplaba la exuberante que me rodeaba, cuando un vecino de la localidad, que viajaba junto al resto del equipo, me contó lo difícil que era vivir tan apartados. La embarcación que nos trasladaba, me explicó, solo hacía este recorrido una vez al día.
A veces, cuando algún vecino sufría alguna emergencia, que no era posible tratar en el consultorio local, tenía que esperar hasta la mañana siguiente para trasladarse hasta Panguipulli. Y eso era un riesgo demasiado grande. Así y todo, el hombre me dijo que Pirihueico era su tierra y allí iba a permanecer hasta el día de su muerte.
Desembarcamos y avanzamos hacia la frontera con Argentina por un sinuoso camino de tierra que se perdía entre bosques de cipreses y coihues. Un par de kilómetros antes de llegar al poblado, nos encontramos con una escuelita rural.
Decidimos bajar para conocer a los niños y a sus maestros. Entramos de sorpresa. La reacción de los chicos fue de incredulidad. Junto a ellos estaba Eduardo Raff, médico veterinario del SAG, quien ese mismo día iba a liberar en un bosque cercano cuatro monitos del monte, que habían sido encontrados en la ciudad de Valdivia.
No dudamos ni un instante en aceptar la invitación para participar, junto con los niños de la escuela, de esta hermosa actividad.
Mientras navegábamos por un estrecho arroyo, Eduardo me explicó que el monito del monte es una especie de marsupial de origen australiano. Prácticamente desconocido en nuestro país, es considerado por los investigadores como un verdadero fósil viviente. Es el último eslabón de una orden cuyo linaje se extinguió hace millones de años.
Después de aproximadamente 20 minutos de viaje, desembarcamos en frente a un espeso bosque. Con los niños y los profesionales del SAG nos internamos en la vegetación en busca del mejor lugar para realizar la liberación. Ver a los pequeños animales salir del encierro y descubrir un mundo puro, prístino y sin intervención humana fue, para mí, Eduardo y los niños, otro sueño hecho realidad.
Aún emocionados por la extraordinaria experiencia, nos despedimos de Eduardo y los chicos de la escuela Porvenir y retomamos el camino hacia el caserío de Pirihueico. Al llegar, Laura Gutiérrez, Carlos Pérez y Teresa Arroyo fueron mis anfitriones. Había expectación y ansiedad entre los vecinos. Y no era para menos. Atrás quedarían décadas de irremediable penumbra.
Esperamos el ocaso para partir la simbólica ceremonia. La expresión de felicidad de los vecinos a ver cómo su entorno comenzaba a iluminarse me estremeció. Lo que para nosotros es algo común, para estos vecinos era el resultado de décadas de incansable lucha.
Mientras navegábamos de regreso hacia Puerto Fuy, recordé un dato que da cuenta de nuestra desigualdad: en Chile, hay más de 30 mil hogares sin acceso a electricidad. Más de 100.000 personas que, al igual que los vecinos de Pirihueico, sueñan con acceder a un servicio tan básico como necesario.
Para coronar esta aventura, a la mañana siguiente aceptamos el reto de ascender hasta un de los cráteres del complejo del complejo volcánico Mocho Choshuenco. Fueron varias horas de caminata, donde enfrentamos el frío y la nieve.
Al alcanzar la cima, un estremecedor paisaje, compuesto por volcanes, lagos y valles, se abrió frente a nuestros ojos. Así, con esta imagen bellísima, cargada de colores, y con el viento puro golpeando mi rostro, me despedí de Panguipulli, un lugar mágico, donde los sueños se hacen realidad.
Es una hermosa historia y linda ya q hay gente q todavia se preocupa por darle alegria y desarrollo a ciertas zonas q habian quedado en el abandono, m enojo mucho con los politicos q no miran el interior de nuestro pais, ya q hay lugares q todavia estan abandonados con una pobreza q esta epoca de mucga tecnologia y crecimiento es importante q tambien se preocupen por los mas necesitados.