Enfrentar la colosal fuerza de la naturaleza descendiendo una cascada de casi 100 metros de altura. Ese fue el objetivo que nos planteamos junto al equipo de Lugares que Hablan al visitar Yungay.
Situada en la pre cordillera de la nueva región de Ñuble, esta comuna, que en lengua quechua quiere decir “mi valle templado”, forma parte de un territorio cuya accidentada geografía ha sido moldeada por antiguas erupciones volcánicas.
La concentración de ríos, esteros, saltos y caídas de agua es tan alta, que incluso el diseño de su escudo municipal está dominado por torrentosos cauces de intenso color azul.
El Itata fue el destino que escogimos para dar comienzo a esta extraordinaria ruta de los saltos. Ubicada a 18 kilómetros del pueblo de Yungay, esta monumental caída de agua 75 metros es la puerta de entrada a la comuna y, qué duda cabe, uno de sus principales atractivos turísticos.
Durante los meses de invierno y hasta comienzos de la primavera, esta cascada mantiene un torrentoso caudal, cuya fuerza se percibe a varios metros de distancia.
Allí fui recibido por Elsa Ortiz y María Medel. Junto con otros vecinos, desde hace cinco años administran este lugar, considerado el patrimonio natural más emblemático de la comuna.
Se trata de un modelo de turismo comunitario, me explicaron, donde sus miembros están a cargo del control de ingreso, la limpieza y el cuidado del recinto. Al ser un bien público, la entrada es gratuita, por lo que las ganancias se obtienen de la venta de productos como tortillas, mote con huesillos y calzones rotos.
Elsa y María me llevaron hasta un mirador desde donde tuve una impresionante panorámica del Itata. Allí estaban Miguel Martínez y Carlos Gallardo, dos emprendedores de la comuna, quienes desde algunos años trabajan intensamente para posicionar turísticamente a la comuna.
Medio en serio, medio en broma, les pregunté si existía la posibilidad de bajar hasta la cascada para sentir la fuerza del agua. Después de meditarlo durante algunos minutos, el grupo accedió a mi petición.
Así fue como, después de avanzar entre enormes y resbaladizas rocas, llegamos hasta la base de la cascada. El rocío era tan intenso, que tuvimos que envolver los equipos en bolsas de plástico para que no es estropearan.
Pero estar detrás de la cortina de agua, sintiendo su colosal fuerza, con el inmenso valle que se abría frente a nuestros ojos, bien valió el riesgo. Mientras regresábamos a la “zona seca”, los guías me comentaron que en la comuna existen 13 saltos de similares características, entre ellos la “Cascada del León”.
Cuando les pregunté si era posible bajar hasta su base haciendo rapel, Miguel y Carlos se miraron en silencio. No es fácil, dijo Miguel. Pero si estás seguro, complementó Carlos, podemos intentarlo. Fijamos el reto para nuestro último día en la comuna.
A la mañana siguiente, nos internamos en los valles cordilleranos de Yungay para descubrir otro de sus monumentales tesoros. Con más de 80 metros de altura, “Aguas Blancas” es uno de los saltos más sorprendentes del río Cholguán. Situado entre bosques y quebradas, este atractivo natural es prácticamente desconocido por los turistas y sólo es posible llegar en compañía de la gente local.
Después de una hora de trayecto, llegamos hasta el sector de Santa Lucía Bajo. Allí me esperaban los “Peucanos de la Alta Montaña”, quienes serían nuestros guías en esta segunda jornada. Esta agrupación, conocida en toda la comuna por su espíritu alegre y solidario, está conformada por hombres y mujeres que se dedican a la ganadería.
Rigoberto Burgos y Edison Sepúlveda nos recibieron con la calidez característica del sur de Chile y, luego de conversar algunos minutos, me invitaron a conocer a los otros miembros de la asociación. Casualmente, ese día los “Peucanos” debían cruzar sus animales hasta la otra ribera del río.
Para llevarme hasta el salto, me indicaron, primero tendríamos que ayudarlos con el vadeo. No se trataba de algo sencillo. Como el Cholguán es un río altamente torrentoso, me explicó Rigoberto, la única forma de cruzarlo era utilizando una estrecha pasarela colgante, la que apenas resistía el peso de un animal. Además de paciencia, agregó Edison, había que tener buenos pulmones para gritarle a las bestias.
Mientras nos preparábamos, un camión de carga se estacionó a escasos metros de nuestra posición. De la cabina bajó don Roque Silva, uno de los Peucanos más queridos de la agrupación, quien estaba a cargo de acercar los animales de las zonas más lejanas hasta el lugar donde se realizaría la faena.
Entrador, espontáneo, divertido, Don Roque me contó algunos de hitos de su vida. Cuando todavía no cumplía los 10 años, sufrió una descarga eléctrica que obligó a los médicos a amputar su brazo izquierdo y cuatro dedos de su mano derecha.
Tan grave fue el accidente, me dijo, que tardó más de un año en volver a caminar. A pesar de las dificultades, don Roque se empeñó en salir adelante e hizo de todo para ganarse la vida. Un día lo despidieron y se vio no tuvo más remedio que reinventarse.
Siempre había querido dedicarse a conducir camiones. Pero por su situación, ese sueño parecía imposible. Un amigo muy querido, me dijo, lo convenció de que con esfuerzo y pasión cualquier meta podía cumplirse.
Él mismo se ofreció a enseñarle e incluso le facilitó su caminó máquina para que practicara. Este gesto de confianza fue clave para hacer realidad ese anhelo. Hoy, don Roque tiene su familia y se dedica a realizar fletes en su propio camión.
Después de cumplir nuestra parte del trato, los Peucanos me llevaron hasta la casa de la señora Berta Saldía, dueña del predio por donde se accedía al misterioso salto. Con su autorización, comenzamos una extensa y dura caminata por un empinado sendero que duró casi dos horas.
Cuando las energías comenzaban a flaquear, de pronto, frente a mis ojos apareció la imponente cascada. Aunque mis expectativas eran altísimas, la realidad fue mucho más generosa, La fuerza de torrente era tan potente, que apenas podíamos escuchar nuestras voces.
Mientras regresábamos, don Roque me habló de Hugo Rivera, un integrante de los Peucanos que, debido a su delicado estado de salud, no había podido estar presente en la actividad.
Hugo era un intrépido domador de toros, conocido en todo Chile por su valentía y aplomo para amansar a las bestias. Le pregunté a los arrieros si era posible visitarlo antes volver a Yungay. Por supuesto, respondieron mis amigos.
Don Hugo nos recibió emocionado. Sabía de nuestra visita a la zona y se lamentaba por no haber podido participar. La diabetes, me comentó, le había causado múltiples problemas, entre ellos la pérdida de la visión, lo que le impedía desarrollar su pasión: la domadura de toros.
Los Peucanos no perdieron tiempo y comenzaron a preparar un asado de vacuno. Mientras tanto, don Hugo compartió conmigo varios videos donde aparecía junto a los sus queridos animales, amansándolos, montándolos e incluso haciendo piruetas sobre sus portentosos lomos.
Cuando le pregunté cómo aprendió este oficio, el domador me dijo que siendo niño desarrolló una extraña conexión con los toros que hasta el día hoy se mantiene intacta.
La tarde, como deben suponer, terminó con música, baile y sentidos brindis por Hugo y su pronta recuperación.
Al día siguiente, bien temprano en la mañana, comenzamos nuestra última jornada en Yungay. Después de haber visitado los saltos más importantes de la comuna, llegaba el momento de cumplir con el desafío que nos propusimos al visitar este hermoso lugar: descender el temido Salto “El León”.
La localidad de Ranchillo Alto fue el punto de encuentro con Miguel y Carlos. Al llegar, mis amigos tenían preparados los equipos e implementos con los haríamos el rapel en la cascada. Estaba nervioso y expectante.
Nos adentramos en un predio y remontamos el estero las Chilcas, donde se encuentra “El León”. En el camino, Carlos, que es profesor de educación física, me contó que su mayor referente era su hermano mayor, quien a los 16 años había fallecido ahogado en uno de los ríos de la comuna, luego de partirse la cabeza con una roca.
Impulsar la actividad física en los niños y adolescentes, me explicó, fue la manera que encontró para homenajearlo y mantenerlo vivo en su memoria. Cada vez que hago actividades como éstas, me dijo, me acuerdo de él.
Lo primero que se viene a mi mente apenas activo el recuerdo de mi experiencia con el Salto “El León” es el agua, fría y furiosa, golpeando mi casco protector y escurriendo profusamente por mi cara.
También está el ruido, un ruido seco y ensordecedor, como el de una lluvia infinita invadiendo por todos los frentes, sólo interrumpido por mis nerviosos jadeos. Recuerdo también las instrucciones de Carlos y Miguel, sus gritos de aliento, pero, por sobre todo eso, el enorme vacío que se abría cuando miraba hacia abajo.
De los 97 metros que separan el corte de piedra a la base de la cascada, alcancé a descender casi la mitad. Aunque me sentía confiando, mis amigos, por mi seguridad, me recomendaron detener la operación.
No sentí frustración ni nada parecido. Porque, después de todo, el objetivo de nuestro viaje se cumplió apenas comencé a descolgarme. Fue en Yungay donde sentí por primera vez la verdadera fuerza de la naturaleza presionando mi cuerpo y demostrándome que, frente a su colosal poder, no somos más que frágiles gotas que se pierden en el vacío.
Primero saludarlo y darle gracias por mostrarnos nuestro hermoso país . Esperamos con los días que salen el programa al aire para recrearnos y reírnos .Un abrazo y Dios le bendiga mucho.Desde el Maule con cariño.
Panchito que Dios te bendiga siempre y te ayude en todos los aspectos de tu vida.. Disfrutamos mucho tus programas y aprendimos de todo lo que muestras. Un abrazo. Y vamos por más.. 🌿🌞🌹🙋♀️